Yo y mis otros yo.

"Es una inocente cena Lucila, no va a pasar nada que no quieras que pase..., él está casi casado...seguramente solo quiere pasar un buen rato y tener una oreja para que escuche sus problemas pre casorio"



"No seas boluda, que vas a ir a hacer sola a la casa de un pibe que es obvio que te atrae? si te besa le vas a decir que no? Podría haber invitado a cualquier amigo a comer con él o, si tenía ganas de verte sin ninguna intención podían ir a tomar un café como lo venían haciendo hasta ahora"



"Pero no parece de la clase de tipo que sale con minitas para engañar a la novia, menos va a tratar algo conmigo que trabajo con el amigo y menos que menos en su propia casa, no puede estar TAN confundido"



"Lucila, sos una ilusa, los hombres son básicos y directos, van a lo que quieren, no le dan vueltas, prefieren arrepentirse después, ya lo sabés, cuantas veces mas vamos a seguir pensando lo mismo?"



Las conversación con mis diversos yo estaba en punto muerto.
Una tiraba para un lado y otra para el sector contrario.
Llamarla a Caro no servía para nada, ya sabía lo que me iba a decir y aparte no creía que tuviera la cabeza clara como para aconsejarme bien.

El amor droga a las personas, y Caro estaba mas allá del bien y del mal en estos momentos idílicos con Fabio.

Debía desempatar por lo que me propuse una prueba, el único que podía hacerme desistir era Sebastián.
Ese día todavía no me había llamado, lo iba a llamar y tratar de verlo para tener la excusa perfecta para no ir a la casa de Pablo. Si Sebas me hablaba bien, y yo podía ver una chispa de amor en sus palabras, iba a decirle a Pablo que lo sentía mucho, pero que había surgido algo y no podía ir.

Lo llamé y me atendió como quien atiende a la pizzería que está confirmando el pedido. Nada de amor, nada de emoción, ningún te extraño, ningún te quiero ver.

Hacía días y días que primero por los exámenes y después por lo del padre, no nos veíamos como pareja. Me dijo que no podía hacer nada porque tenía que adelantar cosas de la facultad para poder ver si podía recuperar la fecha perdida del examen.

"Un ratito aunque sea, comamos algo, veamos un peli y me voy", le dije como un ahogado que trata de aferrarse a una madera flotando.

"Entendeme, Lucila, es por el bien de los dos, dejame estudiar, ya vamos a tener mucho tiempo para estar juntos".

Sebastián no se daba cuenta que con sus palabras me estaba empujando a los brazos de Pablo, o a los brazos de cualquiera en todo caso, ya que no demostraba el menor interés por pasar unos momentos conmigo.

Antes de cortar ya estaba pensando en qué me iba a poner para ir a lo de Pablo.

Un chau, nos vemos, terminó de sellar el beso de la muerte de nuestra relación. Sebastián no se merecía mi amor.

"Perdiste querido" dijo mi yo pecador y fué lo único que escuché, mi otro yo no tuvo nada que agregar, porque el otro tenía razón.